lunes
jueves
Año Santo por partida doble.
Los estragos de la pandemia dejan una estela larga y difícil de digerir. Las autoridades eclesiásticas, con el objetivo de despertar el camino alargan el año Santo otra anualidad.
domingo
miércoles
sábado
80 cm y el Camino de Santiago
El programa de 80 cm de TVE realiza un especial al Camino de Santiago. No desprende tanta fuerza e ingenio como cuando estaban Edu Soto o Juanjo Ballesta pero se deja ver los capítulos. Para mi este ha sabido a poco, pero entiendo que la duración del mismo no da para mas, aunque si deberían haber hecho mas capítulos.
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http://rtve.es/v/4265478 |
martes
Camino de estrellas.
Lucas miró con asombro hacia arriba y apuntando con su pequeño dedo le dijo a su padre, –papá, ¡mira cuantas estrellas juntas! –.
Padre e hijo habían andado desde O´Cebreiro en su primer día de camino. A lo lejos se oía el rumor del agua saltar y una brisa húmeda ascendía por la rivera del río sorteando el albergue que a esas horas permanecía mudo y tenuemente iluminado por unas solitarias bombillas. A pesar del tempranero frío de otoño que mimaba estas tierras, Lucas pisaba con sus pies desnudos la hierba que crecía sin orden, acariciándoselos y haciéndole cosquillas.
La noche era clara en Triacastela y las escasas luces del pueblo permitían ver en su esplendor la bóveda de mármol negro con incrustaciones de estrellas que se desplegaba antes sus ojos con su intenso brillo. - Se llama la Vía Láctea- le dijo el padre,- es un camino, como el de aquí abajo, pero de estrellas. - Y ¿cómo se han juntado tantas?- pregunto Lucas con extrañeza e inocencia. - Son estrellas peregrinas que caminan juntas. Inseparables… Como tu abuelo.-
Un hilo de emoción recorrió la garganta del padre haciéndolo enmudecer por un momento.- Tienen un mismo destino, alumbrar nuestros pasos aquí abajo, guiarnos en la oscuridad y recordarnos la senda a seguir. Entonces Lucas miró con más atención como buscando una en especial, volteó su cabeza en todas direcciones, y viendo que no podía abarcarlo todo con la mirada, se echó de espaldas sobre la hierba. El padre lo acompañó y cogiendo su mano la apretó con fuerza. Lucas titubeó - y… ¿nosotros algún día caminaremos por allí? El padre sintió entonces una punzada en su interior, tenía la corazonada que este camino los uniría, que algo especial crecería en ellos, pero no imaginaba que el primer día aflorara a borbotones estos sentimientos.
Le pareció que había pasado una eternidad desde la pregunta cuando sus labios le susurraron al hijo, -sólo los peregrinos de alma bondadosa caminan por ella, porque su corazón se convierte en estrella. –Su voz se empezó a quebrar pero consiguió continuar. - Si hijo, sí; creo que algún día caminaremos todos allí, juntos de nuevo. Para siempre. En ese instante padre e hijo se miraron. A pesar de la oscuridad que los envolvía, Lucas pudo apreciar que unos pequeños destellos acariciaban las mejillas de su padre.
José Juan Torres.-
sábado
domingo
Reencontrarse en el Camino.
O como el Camino puede cambiar la perspectiva de tu vida.
Un interesante video Ted de Josepe García, empresario, coach y escritor del libro Buen Camino.
Un interesante video Ted de Josepe García, empresario, coach y escritor del libro Buen Camino.
lunes
Ganadores concurso 1000 caminos.
Relato ganador del concurso 1000caminos 2015.
EL RAYO VERDE
Por Alexandre Pereira
Llegué a Fisterra una tarde del
mes de agosto. El pueblo estaba lleno de vida, de voces, de sonrisas, de color.
Tras acomodarme en el albergue me dediqué a recorrer el lugar. Visité el
imponente castillo de San Carlos y la ermita de san Guillermo, paré en una
taberna para tomar una cerveza bien fresca y charlar con dos marineros que
custodiaban su esquina de la barra como un portero custodia su portería. Las
horas pasaron entre historias de pesca, de tormentas en alta mar, de puertos
exóticos y mujeres misteriosas. Reímos y cantamos, bebimos varias cervezas y
ese día dormí el sueño de los justos tras 22 días de camino. Al día siguiente
descansé porque mis pies y mis piernas pedían una tregua. Cuando el sol empezó
su descenso hacia el ocaso caminé hacia el Cabo. Los atardeceres de verano
tienen algo mágico. El mar se transforma en oro líquido salpicado de pequeñas
lanchas a motor que lentamente, como si acariciaran un infinito manto de luz,
regresan al puerto. Los agrestes acantilados conviven con playas de arenas
blancas, el verde salvaje se entremezcla con el blanco de las olas. El camino
hasta el Cabo estaba transitado: coches, autobuses, peregrinos, gente del
pueblo. Bicicletas, motos, caballos. El lugar estaba abarrotado, mucha gente
sentada en las rocas admiraba una de las más hermosas puestas de sol del mundo.
Yo encontré sitio en el lado derecho del faro, me senté en el suelo esperando,
en silencio, el momento que llevaba esperando toda mi vida: ver el rayo verde.
Sabía que las probabilidades de verlo eran escasas pero estaba convencido de
que ese era el día. Desde los trece años, edad a la que leí la novela de Julio
Verne "El Rayo Verde", había intentado observar ese esquivo y bello
fenómeno óptico. Verne describió el color como "...un verde que ningún
artista podría jamás obtener en su paleta, un verde del cual ni los variados
tintes de la vegetación ni los tonos del más limpio mar podrían nunca producir
un igual! Si hay un verde en el Paraíso, no puede ser salvo de este tono, que
muy seguramente es el verdadero verde de la Esperanza!" ¿Quién no querría
ver algo semejante? Veinte años esperando mi momento, mi oportunidad y sabía,
sentía, que Fisterra era el lugar indicado para ver tal maravilla. El cielo
estaba despejado, el mar calmo, la mitad del disco solar ya había desaparecido.
Faltaba poco. A mi lado algo se movió. Me giré para ver como una chica
pelirroja y pecosa se sentaba a mi lado. Volví a centrarme en el sol. Faltaban
unos minutos. La chica empezó a hablar: - Es precioso ¿verdad? - sí - respondí
secamente. - Espectacular - añadió - aunque lo realmente espectacular sería ver
el "Rayon vert". Es algo que siempre he querido ver, ¿sabes? Me giré
para explicarle que estaba allí por ese preciso motivo pero al mirarla a los
ojos otras palabras salieron de mi boca: - La leyenda dice si dos personas lo
ven a la vez se enamorarán la una de la otra. El rayo verde es un momento
mágico, es el momento en el que dos personas descubren el amor a la vez. - Eso
decía Verne en el libro. Por cierto, me llamo Elena - Yo soy Julio. Hablamos
durante horas hasta que se hizo de noche y empezó a hacer frío. Aquella tarde,
en el faro de Fisterra, empecé a caminar otro sendero, esta vez acompañado. Por
cierto, ¿os he dicho que los ojos de Elena son verdes?.
Fotografía ganadora:
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Camino de sentimientos. Manuel Blanco Suarez. |
viernes
DOCUMENTAL NO-DO 1970
Documental rescatado del NODO de los años 70 que refleja un
camino muy diferente al que hoy conocemos gracias a la labor del ahora olvidado
D. Elias Valiña.
Por aquellos años no existían las famosas flechas amarillas,
cosa que ahora nos parece inconcebible, y el camino se presenta en este
documental como una excusa para dar a conocer los sitios turísticos que jalonan
la ruta jacobea, y meter cuña de los hoteles que habían pasado por caja. Pocos peregrinos se verían por aquella época,
y el documental no los recoge, (a destellazos aparecen unos pies calzados en unas
viejas sandalias) pero si sirve para conocer los lugares que hemos pisado como peregrinos
antes de la masificación turístico-peregrina y del ladrillo.
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Pincha la imagen para ver el video. |
martes
Libro "El universo mágico del Camino de Santiago”
Entrevista al periodista y escritor Francisco Contreras, por su libro “El universo mágico del Camino de Santiago”.
lunes
viernes
LA PEREGRINACIÓN PROFANA DE UNAMUNO.
Al igual que hoy, ayer también peregrinaban o viajaban a Compostela
personas que no necesariamente tenían que ser creyentes, pero sí que estaban
atraídas por el contexto cultural y monumental con la que la ciudad se había vestido
a lo largo de los siglos. Uno de éstos viajeros, en 1912, es un personaje muy respetado
por los eclesiásticos salmantinos, de cuya Universidad era rector, pero a la
vez un reconocido profano, don Miguel de Unamuno, que aprovecha un viaje turístico
cultural a Galicia para visitar Santiago de Compostela, lo que realiza en el
ferrocarril compostelano desde Pontevedra.
A su vuelta a Salamanca escribe sus impresiones sobre el viaje,
haciendo mucho hincapié sobre Padrón, por donde pasa con el tren, ya en
Compostela utiliza con frecuencia la cita de los versos de Rosalía de Castro
para describir las sensaciones que le produce la ciudad.
Pasado el tiempo y con el título de Santiago de Compostela será un capítulo
más de su libro odepórico Andanzas y visiones españolas, que junto con el
relato de otros viajes a otros lugares españoles se editará en 1922. Este
escrito es muy renombrado por la puesta en duda que hace en él, sobre la
veracidad de que los restos que allí se veneran puedan ser del apóstol Santiago
y abre la puerta a la teoría del priscilianismo . Muchas veces se acude a él
pero de una forma que está fuera del contexto general en el que fue escrito,
don Miguel afirma que “el sepulcro de Santiago es un sepulcro de España toda”, -un
estímulo-, con el que se construyó España, pero no un hecho real que pudiera
ser admitido por el espíritu crítico del hombre moderno.
También es de destacar la atención que le presta al Camino de
Santiago, algo que ya pertenece al pasado: “Santiago de Compostela, en el corazón
de Galicia, donde los siglos de más ingenua y más sencilla fe cristiana se creía
estaba el cuerpo del apóstol Santiago el Mayor, el Hijo del Trueno, fue en
aquellos siglos un lugar de romerías casi al igual de Roma y de Jerusalén. En
cartas geográficas alemanas de la Edad Media le llama a España “Jacobsland”, la
tierra de Santiago.
Los piadosos peregrinos que venían del centro de Europa a ese corazón
de Galicia traían consigo leyendas, relatos, cuentos y cantares, y fueron sus
romerías uno de los vehículos de la cultura europea de entonces. La poesía
trovadoresca galaico portuguesa, la primera manifestación culta del lirismo en
lengua romance en la Península, prendió al contacto de chispas traídas de
Provenza por los devotos romeros de Santiago.
Camino de Santiago se le llamó a la vía láctea, nebulosa de estrellas
que guiaba a los peregrinos al término de sus anhelos, como los magos su estrella,
y la ruta toda hallábase sembrada de santuarios y hospederías.
Está por escribir la historia de la influencia que esas romerías tuvieron
en el desarrollo cultural
de España, en literatura y en arte, y hasta en su historia política,
pues no poco influyeron en el nacimiento del reino de Portugal.”
Articulo aparecido en la revista El espíritu de Santi (albergue de Tábara)
Por: Fernando Lalanda
De su libro: Camino
Desierto 1900.1929.
Edita Amazón Kindle
lunes
Tañido de una campana.
Esa historia ya oculta por la bruma del olvido, resurgía en mi mente como
por arte de magia. El interruptor había sido la ciudad de Jaca y había
encendido una luz en mi interior que hasta esa mañana estaba en tiniebla.
Volviendo la vista atrás, me compadezco de cómo me apee del autobús, después de
un largo viaje, desesperanzado y hastiado, a una ciudad que se levantaba con el
tímido sol de invierno. Huyendo de fantasmas imaginarios, cargando a prisa una
mochila de objetos que no necesitaría, y con el objetivo de no mirar atrás ni
preguntarme el porqué hacia esto, emprendía ese día un camino que me llevaría hacia
Santiago de Compostela y hacia mi propia infancia. Tal eran las ganas de huir,
que sin visitar la ciudad comencé a dar mis primeros pasos como un bebe,
nervioso y titubeante mientras el día se iba abriendo. Fue al cruzarme con unos
militares haciendo instrucción cuando reapareció aquella historia que me había
contado mi padre.
Él había hecho el servicio militar por el pirineo aragonés, entre Barbastro
y Sabiñanigo. Siempre gustaba narrar sus experiencias durante casi dos años de
mili. Recordaba como un día, por tierras jacetanas, haciendo su regimiento una
parada para el descanso, les adelantó caminando una figura enjuta y polvorienta
que cargaba una mochila y se apoyaba sobre un bastón espigado y alto como él.
Todos sus compañeros les saludaron pero mi padre decidió acompañarlo unos
metros, preguntar por su viaje y hurgar en su motivación; fue así donde por
primera vez supo del Camino de Santiago y de los sueños y anhelos de los
peregrinos. Contaba como aquel encuentro le emocionó y superando el trabajo
diario y las obligaciones familiares que le impedía coger vacaciones, un día
viajó los 900 kilómetros que separaban su hogar de Somport para emprender su
tan anhelado Camino. Su preparación física era escasa y su indumentaria poco
que ver con la actual. Recuerdo portar de pequeño su pesada mochila, verde
militar de tela áspera, e imaginarme escalando picos nevados y crestas
imposibles bajo un viento gélido…
Allí se presentó un día fresco de primavera por sus ya conocidas tierras
pirenaicas. Imagino su cara de satisfacción y como sus recuerdos de joven
confluirían en él al igual que el rio Aragón lo hacía en el valle. Lleno de
energía, cumpliendo un sueño que había macerado durante tanto tiempo, era hora
de descorchar tanta ilusión y bebérsela a cada paso de un camino que ahora
emprendía. Contaba lo difícil que fue no perderse por una ruta que carecía de
señales. Como dormía a la intemperie y se guiaba por su intuición o por las
señales que él creía le daba el camino. No pocas veces se dejaba
acompañar por alguna carretera solitaria o algún perro descarriado que siempre
le conducía a algún pueblo, y como sonreía al recordar los rostros extrañados
de algunos lugareños cuando les decía que iba a pie camino de un lejano
Santiago de Compostela. Lo importante no es llegar al destino sino el camino
recorrido, repetía continuamente.
Y dentro de aquella aventura, contaba como su más preciado tesoro, el
encuentro con una persona muy especial. Fue en una de sus primeras jornadas, y
lo recordaba como si aquel día recibiera una vela que habría de llevar hasta su
meta, una vela que lo iluminaría en las noches de soledad o en los momentos de
dificultad. Fue camino de un pequeño pueblo, llamado Arrés cuando, fruto de su
desvío por visitar San Juan de la Peña, la noche se le echó encima. Desprovisto
de avituallamiento, no temía la noche pero si un estómago vacío, por
tanto decidió apresurar su paso para llegar al pueblo. Recuerda de dar vueltas
y vueltas, intentando orientarse mientras el sol se desplomaba por las colinas
de poniente. Se sentía desconcertado, pues si bien esa zona no la había frecuentado
en su periplo militar, no comprendía como podía perderse una persona como
él, llena de recursos y buena orientación. La oscuridad, solo quebrada por los
destellos de su linterna, se había apoderado del cielo y después de horas
intentando acallar su estómago y sobre todo a una conciencia que le empezaba a
jugar malas pasadas por no proveer alimento, consiguió dar con una carretera
que le debería llevar a algún lugar habitado. Fue entonces como apareció,
deslumbrándolo de frente, dos focos precedidos de un familiar ronroneo mecánico
que intuía la aparición de un dos caballos. Era una furgoneta, destartalada y
de color blanco, que al llegar a su altura, y sin mediar señal por mi padre, se
paró bruscamente y de él descendió un hombre que sin cruzar palabra le plantó
una mano abierta y enérgica en señal de saludo. Vestía jersey negro de cuello
alto y pantalones oscuros que afinaban su figura. Poco sabía mi padre de
interpretar ojos, pero aquellos que se ocultaban bajo unas gafas cuadradas de
fino metal eran tan trasparentes que dejaban a la vista un alma humilde, serena
y luchadora. - Vamos hombre, arriba- le
dijo, y saltando este por encima del asiento delantero se colocó entre dos
muchachos que custodiaban varios cubos de lo que parecía pintura amarilla. Arrancó
presto y con el habitual balanceo materno del Citroën dos caballos llegaron
hasta Arrés en un santiamén. Al igual que mi padre, ese hombre y sus dos
acompañantes estaban tan hambrientos y sedientos que el primero no dudó en
aporrear la puerta de la fonda que más bien parecía abandonada que llena de
humeantes cacerolas. Con esa fuerza y decisión que transmiten muy pocas
personas, este transformó con su sonrisa a un dueño que abría la puerta con
rostro de enfado y gana de bronca, en un dócil y amable camarero que en diez
minutos estaba sirviendo raudo una mesa para cuatro comensales, llenándola de
viandas y vino fresco.
Fue así como conoció mi padre al párroco Elías Valiña. Y así es como ese
recuerdo afloraba ahora que yo emprendía mi propio camino, lleno de
titubeos y miedos que dejar atrás, sentimientos de culpa, soledad buscada y
complejos ocultos en mi mochila. Ese niño oculto que todos llevamos dentro,
llamaba a la puerta de mi corazón para abrirse paso. Fue en Jaca donde
reapareció aquella historia, para insuflarme ánimo ante una empresa que no sé
porque emprendía pero que ahora estaba seguro que cambiaría mi forma de mirar
la vida. Convencido estaba que no necesitaría un milagroso encuentro para darme
fuerzas como el que pudo tener un peregrino medieval con Santo Domingo de la
Calzada cuando construía con sus manos el puente sobre el río Oja, o el que
tuvo mi padre con otro santo jacobeo, Elías Valiña que tatuó con pintura
amarilla y mucho trabajo un camino que renacía al mundo. Sin querer ya había
tenido ese encuentro y no me había dado cuenta, desde mi nacimiento lo
había tenido y no era consciente. Ya tenía mi propio milagro, que me
acompañaría durante mi camino, que no era otro que la presencia del peregrino
bondadoso, humilde y vivo que era mi padre. Fue en aquella mañana, mientras a
lo lejos sonaba el tañido ronco de una campana, cuando brotaron lágrimas
que avivaron mis primeros pasos y aligeraron el peso de mi mochila.
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