
Pero también es el año de los peregrinajes masivos, que desde la Edad Media y alumbrados por el faro de las indulgencias compostelanas han lanzado a multitud de europeos a emprender esta dura ruta. Sin embargo el echo de que no es necesario peregrinar para obtener la Indulgencia del Jubileo compostelano (la concesión que la Iglesia hace a los creyentes de «perdón» o «amnistía total» de Dios), sino que sólo es preciso visitar el Sepulcro del Apóstol Santiago, aderezado de un extenso programa cultural y festivo, ha provocado una eclosión de personas, creyentes o no, turistas, deportistas o domingueros que se han mezclado con los auténticos peregrinos y han adulterado el sentido del caminar constante y diario con la única meta de conocerse y conocer a Dios. Por ello se prevé una tsunami humano en post de Santiago, cual maratón newyorkino, que deja sin su esencia la palabra peregrinar, quedando el camino proscrito el resto de años a los solitarios pasos de aquellos que sienten verdaderamente la ruta jacobea; símil de lo que acaece en mi querido pueblo cuando la fiesta de nuestro patrón San Sebastián coincide en fin de semana, estando relegado el resto del septenario para los que realmente tienen fe.
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