martes

Un vino de promesas.

Me despiertan del duermevela el habitual murmullo de cremalleras, luciérnagas de led y aroma a ungüentos milagrosos, empujándome a salir de mi saco y preparar, con liturgia peregrina, mi mochila, mis pies y mi alma.
Desayunado y mirando de reojo al cielo encapotado, me despido de los presentes entre humeantes cafés solubles, a estilo de Jato, y les deseo ¡Buen camino¡ a todos. Agarro mi bordón y me enfundo mi armadura con forma de chubasquero para afrontar mi particular molino, llamado O´Cebreiro, un gigante que empieza a desperezarse
.

La jornada transcurre como un tango triste e infinito, al ritmo marcado por la lluvia. De vez en cuando comparto magdalena y café con algún peregrino, o al resguardo de un árbol, me detengo a escuchar la música del camino: el silencio. Soledad compartida, entre el caminante y la tierra que pisa.
Por Herrerías la lluvia decide cambiar de compás y caer con más virulencia, formando un amasijo de hojas y barro que dificulta el baile. En A faba tropiezo con unos peregrinos extranjeros, que como yo, están exhaustos y cansados de tanta agua, la subida está siendo dura y este monte no da tregua en esta batalla quijotesca. En el lenguaje de miradas, que sólo conocemos los peregrinos, nos deseamos ánimo y buen camino antes de continuar.


Ahora las irónicas nubes se jactan de mí y empiezan a esparcir nieve con gracia y abundancia, obligándome a olvidar mis pensamientos y buscar con ansia las flechas amarillas para no extraviarme. Pero el camino te enseña a mirar, y te demuestra que las señales están ahí, guiñándote de manera cómplice. Y sin darme cuenta, dejándome llevar por los pasos olvidados de miles de peregrinos, en un estado de ensoñación, fondeo mi destrozado cuerpo en al albergue ya cubierto de nieve.

Entrado en calor, recuperado el aliento y la sangre, me dirijo al primer bar que me acepte y de cobijo. Paternal, me recibe con un fuego como Dios manda y cuatro desconocidos secando su alma y su ropa, soldados rasos en una trinchera. Solo nos hacen falta unas botellas de vino del bierzo y una carnes a la brasa para quitarnos ese regusto a batalla perdida.


Después de toda una noche, tras el cristal de los vasos ya huérfanos de vino, observo que hemos pasado de ser desconocidos entre nosotros a ser amigos. Esta es la magia del Camino. Capaz de forjar vínculos para siempre o de transformar una maldita lluvia en una bendición. Lluvia, que durante siglos, se ha mezclado con promesas y súplicas hechas lágrimas que surcaban los rostros de peregrinos, para bautizar una tierra de la que ha nacido el vino que ahora nos une.


http://www.1000caminos.com/relatos_interior.php?edicion=2011&id=334

1 comentario:

  1. Las dos veces que he pasado por Herrería tuve suerte: no me llovió.
    Ha sido un placer conocer tu blog. Tiene mucha e interesante información.
    Un saludo

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