Mi mas sincera enhorabuena a Aitana, y como le dije al verla: "me hubiera gustado escribirlo yo". ;)
TRES OJOS
Aitana Such Faro
"Escribir ahora es como volver a casa después de un día de
frío y lluvia gallego. La chimenea encendida. El caldo caliente. La ropa de
cama limpia y planchada.
Recuerdo bien ese trozo de Camino. Bordeamos el monasterio
de Samos y lo dejamos a nuestra espalda. Los campos eran una fábrica de niebla
que nos empañaba la cara, el pequeño pueblo quedaba atrás y nosotros nos
adentrábamos en un bosque sereno. Amable. Mágico –decía Iago–. Los ciento
cuarenta kilómetros que quedaban para abrazar al Santo no nos asustaban. Es
como encender una cerilla –dije–. Una vez prendido el fósforo, una vez tomada
la decisión ya no hay vuelta atrás. El vástago ya no volverá a ser el mismo.
Quizá el Camino sea eso –comentamos–. Arder. Quemar las naves. Plantar las
cenizas y renacer.
Conocí a Iago en León, en el albergue de las Benedictinas.
Yo empezaba mi Camino allí. Él venía desde Francia –dijo–. Me habló de
Cortázar, de Alfonsina y El Mar, de Bob Dylan y de un cajón grande donde
guardaba las radiografias, el miedo y también –dijo– su mundo. Hablamos toda la
noche, bebiendo vino y paseando por la fina línea que separa lo poético de lo
prosaico, el llanto de la risa, la salvación del precipicio. Cuando sonreía se
le formaban unas arrugas encantadoras en el contorno de los ojos. En el fondo de esos ojos
adiviné, ténue, una
luz de apego. Maga –susurró–.
– Te puedo llamar Maga?
– No lo sé. Porqué?
– Es un personaje de una novela, me recuerdas a ella. Nadas
en el río mientras los otros lo miran de lejos.
No contesté. Adivinó que me encantaba la idea por mi
sonrisa.
En el trayecto entre Samos y Sarria nos perdimos. De hecho
no sé si existía o no ese atajo del que me habló y que decidimos tomar. O
simplemente existía dentro suyo, como las cosas que imaginaba. O quizá tan sólo
era una excusa para atraparme de la forma en que lo hizo. Yo andaba buscando
respuestas. Iago las tenía todas para mi.
– Sabes que en Galicia existe el río del Olvido? –comentó.
– Mmm, ah sí?
– Según una antigua creencia aquél que lo cruzaba perdía
todos sus recuerdos. Te imaginas?
– El qué?
– Tener la oportunidad de volver a empezar. Una nueva vida.
– No lo sé. Eso es imposible.
– La vida está llena de libros sin leer y de vidas sin
vivir, a eso me refiero.
Parecía que andábamos en círculo, o más bien en espiral,
como en la conversación que habíamos iniciado hacía días en León y que íbamos
alargando etapa a etapa. Matizando a cada vuelta el contenido. Aportando nuevas
ideas, nuevas reflexiones. Subíamos y bajábamos por una escalera de caracol con
las palabras, los sentimientos, las risas. Si mirábamos abajo; un pozo sin
fondo. Negro como mi mirada. Si mirábamos arriba un cielo claro, azul, como los
ojos de Iago. El río andaba tranquilo. Los árboles ponían sus raíces en remojo,
bebiendo directamente de las aguas mansas y cristalinas. –Hasta los pájaros
caminan en vez de volar –observó Iago. –Parece como si el tiempo se hubiera
detenido.
Sarria. Portomarín. Melide. Arzúa. Pedrouzo. Monte do Gozo.
En el cielo una mancha blanca. Media nube. En el camino se habían formado
pequeños charcos. Son como espejos –reflexionamos–. Como si el cielo se hubiera
roto y nos hubiera caído encima. Llegamos a Santiago al cabo de cinco o seis
días. Iago lloró al oir la gaita en la plaza del Obradoiro, dijo que lloraba
por mi. Lo abracé sin entender nada. A menudo cuando Iago tenía hambre decía
que vivía un tigre en su barriga. –Ni todo el pulpo de Santiago podría
calmarlo!– dijo riéndose a carcajadas. Esa noche a modo de celebración me puse
el vestido de flores chicas, como hubiera dicho mi madre «de esospara ser feliz», y cenamos cerca de la catedral,
en rúa de Raiña. Pulpo. Caldo. Queso. Mejillones en escabeche. Berberechos al vapor.
Empanada de "xoubas".
Hicimos el amor.
Mientras él dormía le escribí una nota y la guardé en mi
mochila para dársela en el desayuno:
«Dibujaré una línea. Una línea como este Camino, a veces ancha a veces
estrecha. O como nuestra vida, a veces ancha a veces estrecha. O como Dylan, o
Bach, o Hendrix, o Cohen, o como el hombre chico de la taberna de abajo, que un
dia dibujó un contorno con las palabras Amor, Domingo Soleado o Big Bang. Sí,
así está bien. Una línea precisa que me separe del vértigo, que me resguarde de
la lluvia y que me diga –Eh! tu! sabes cuánto te quiero?– Dibujaré una línea
que me arranque este poema clavado en la garganta. Dibujaré una línea. Una
línea perfecta con tu formaprecisa».
Cuando me desperté Iago había desaparecido. Lo busqué sin
mucha suerte. Había desaparecido definitivamente de la misma manera en que
apareció, de repente y sin avisar. En ese momento no pude evitar pensar en
Shivá, el dios hindú del que hacia pocos días me había hablado. El dios de los
tres ojos, para ver pasado, presente y futuro. –Representa el aspecto
destructor necesario para la regeneración –me dijo–.
Antes de marcharme abracé al Apóstol y le di las gracias.
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