viernes

LA PEREGRINACIÓN PROFANA DE UNAMUNO.

Al igual que hoy, ayer también peregrinaban o viajaban a Compostela personas que no necesariamente tenían que ser creyentes, pero sí que estaban atraídas por el contexto cultural y monumental con la que la ciudad se había vestido a lo largo de los siglos. Uno de éstos viajeros, en 1912, es un personaje muy respetado por los eclesiásticos salmantinos, de cuya Universidad era rector, pero a la vez un reconocido profano, don Miguel de Unamuno, que aprovecha un viaje turístico cultural a Galicia para visitar Santiago de Compostela, lo que realiza en el ferrocarril compostelano desde Pontevedra.

A su vuelta a Salamanca escribe sus impresiones sobre el viaje, haciendo mucho hincapié sobre Padrón, por donde pasa con el tren, ya en Compostela utiliza con frecuencia la cita de los versos de Rosalía de Castro para describir las sensaciones que le produce la ciudad.

Pasado el tiempo y con el título de Santiago de Compostela será un capítulo más de su libro odepórico Andanzas y visiones españolas, que junto con el relato de otros viajes a otros lugares españoles se editará en 1922. Este escrito es muy renombrado por la puesta en duda que hace en él, sobre la veracidad de que los restos que allí se veneran puedan ser del apóstol Santiago y abre la puerta a la teoría del priscilianismo . Muchas veces se acude a él pero de una forma que está fuera del contexto general en el que fue escrito, don Miguel afirma que “el sepulcro de Santiago es un sepulcro de España toda”, -un estímulo-, con el que se construyó España, pero no un hecho real que pudiera ser admitido por el espíritu crítico del hombre moderno.

También es de destacar la atención que le presta al Camino de Santiago, algo que ya pertenece al pasado: “Santiago de Compostela, en el corazón de Galicia, donde los siglos de más ingenua y más sencilla fe cristiana se creía estaba el cuerpo del apóstol Santiago el Mayor, el Hijo del Trueno, fue en aquellos siglos un lugar de romerías casi al igual de Roma y de Jerusalén. En cartas geográficas alemanas de la Edad Media le llama a España “Jacobsland”, la tierra de Santiago.
Los piadosos peregrinos que venían del centro de Europa a ese corazón de Galicia traían consigo leyendas, relatos, cuentos y cantares, y fueron sus romerías uno de los vehículos de la cultura europea de entonces. La poesía trovadoresca galaico portuguesa, la primera manifestación culta del lirismo en lengua romance en la Península, prendió al contacto de chispas traídas de Provenza por los devotos romeros de Santiago.
Camino de Santiago se le llamó a la vía láctea, nebulosa de estrellas que guiaba a los peregrinos al término de sus anhelos, como los magos su estrella, y la ruta toda hallábase sembrada de santuarios y hospederías.
Está por escribir la historia de la influencia que esas romerías tuvieron en el desarrollo cultural
de España, en literatura y en arte, y hasta en su historia política, pues no poco influyeron en el nacimiento del reino de Portugal.”


Articulo aparecido en la revista El espíritu de Santi (albergue de Tábara) 
Por: Fernando Lalanda
De su libro: Camino Desierto 1900.1929.

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lunes

Tañido de una campana.

Esa historia ya oculta por la bruma del olvido, resurgía en mi mente como por arte de magia. El interruptor había sido la ciudad de Jaca y había encendido una luz en mi interior que hasta esa mañana estaba en tiniebla. Volviendo la vista atrás, me compadezco de cómo me apee del autobús, después de un largo viaje, desesperanzado y hastiado, a una ciudad que se levantaba con el tímido sol de invierno. Huyendo de fantasmas imaginarios, cargando a prisa una mochila de objetos que no necesitaría, y con el objetivo de no mirar atrás ni preguntarme el porqué hacia esto, emprendía ese día un camino que me llevaría hacia Santiago de Compostela y hacia mi propia infancia. Tal eran las ganas de huir, que sin visitar la ciudad comencé a dar mis primeros pasos como un bebe, nervioso y titubeante mientras el día se iba abriendo. Fue al cruzarme con unos militares haciendo instrucción cuando reapareció aquella historia que me había contado mi padre.


Él había hecho el servicio militar por el pirineo aragonés, entre Barbastro y Sabiñanigo. Siempre gustaba narrar sus experiencias durante casi dos años de mili. Recordaba como un día, por tierras jacetanas, haciendo su regimiento una parada para el descanso, les adelantó caminando una figura enjuta y polvorienta que cargaba una mochila y se apoyaba sobre un bastón espigado y alto como él. Todos sus compañeros les saludaron pero mi padre decidió acompañarlo unos metros, preguntar por su viaje y hurgar en su motivación; fue así donde por primera vez supo del Camino de Santiago y de los sueños y anhelos de los peregrinos. Contaba como aquel encuentro le emocionó y superando el trabajo diario y las obligaciones familiares que le impedía coger vacaciones, un día viajó los 900 kilómetros que separaban su hogar de Somport para emprender su tan anhelado Camino. Su preparación física era escasa y su indumentaria poco que ver con la actual. Recuerdo portar de pequeño su pesada mochila, verde militar de tela áspera, e imaginarme escalando picos nevados y crestas imposibles bajo un viento gélido…

Allí se presentó un día fresco de primavera por sus ya conocidas tierras pirenaicas. Imagino su cara de satisfacción y como sus recuerdos de joven confluirían en él al igual que el rio Aragón lo hacía en el valle. Lleno de energía, cumpliendo un sueño que había macerado durante tanto tiempo, era hora de descorchar tanta ilusión y bebérsela a cada paso de un camino que ahora emprendía. Contaba lo difícil que fue no perderse por una ruta que carecía de señales. Como dormía a la intemperie y se guiaba por su intuición o por las señales que él creía le daba el camino. No pocas veces se  dejaba acompañar por alguna carretera solitaria o algún perro descarriado que siempre le conducía a algún pueblo, y como sonreía al recordar los rostros extrañados de algunos lugareños cuando les decía que iba a pie camino de un lejano Santiago de Compostela. Lo importante no es llegar al destino sino el camino recorrido, repetía continuamente.

Y dentro de aquella aventura, contaba como su más preciado tesoro, el encuentro con una persona muy especial. Fue en una de sus primeras jornadas, y lo recordaba como si aquel día recibiera una vela que habría de llevar hasta su meta, una vela que lo iluminaría en las noches de soledad o en los momentos de dificultad. Fue camino de un pequeño pueblo, llamado Arrés cuando, fruto de su desvío por visitar San Juan de la Peña, la noche se le echó encima. Desprovisto de avituallamiento, no temía la noche  pero si un estómago vacío, por tanto decidió apresurar su paso para llegar al pueblo. Recuerda de dar vueltas y vueltas, intentando orientarse mientras el sol se desplomaba por las colinas de poniente. Se sentía desconcertado, pues si bien esa zona no la había frecuentado en su periplo militar,  no comprendía como podía perderse una persona como él, llena de recursos y buena orientación. La oscuridad, solo quebrada por los destellos de su linterna, se había apoderado del cielo y después de horas intentando acallar su estómago y sobre todo a una conciencia que le empezaba a jugar malas pasadas por no proveer alimento, consiguió dar con una carretera que le debería llevar a algún lugar habitado. Fue entonces como apareció, deslumbrándolo de frente, dos focos precedidos de un familiar ronroneo mecánico que intuía la aparición de un dos caballos. Era una furgoneta, destartalada y de color blanco, que al llegar a su altura, y sin mediar señal por mi padre, se paró bruscamente y de él descendió un hombre que sin cruzar palabra le plantó una mano abierta y enérgica en señal de saludo. Vestía jersey negro de cuello alto y pantalones oscuros que afinaban su figura. Poco sabía mi padre de interpretar ojos, pero aquellos que se ocultaban bajo unas gafas cuadradas de fino metal eran tan trasparentes que dejaban a la vista un alma humilde, serena y luchadora. - Vamos hombre, arriba- le dijo, y saltando este por encima del asiento delantero se colocó entre dos muchachos que custodiaban varios cubos de lo que parecía pintura amarilla. Arrancó presto y con el habitual balanceo materno del Citroën dos caballos llegaron hasta Arrés en un santiamén. Al igual que mi padre, ese hombre y sus dos acompañantes estaban tan hambrientos y sedientos que el primero no dudó en aporrear la puerta de la fonda que más bien parecía abandonada que llena de humeantes cacerolas. Con esa fuerza y decisión que transmiten muy pocas personas, este transformó con su sonrisa a un dueño que abría la puerta con rostro de enfado y gana de bronca, en un dócil y amable camarero que en diez minutos estaba sirviendo raudo una mesa para cuatro comensales, llenándola de viandas y vino fresco.

Fue así como conoció mi padre al párroco Elías Valiña. Y así es como ese recuerdo afloraba ahora que yo  emprendía mi propio camino, lleno de titubeos y miedos que dejar atrás, sentimientos de culpa, soledad buscada y complejos ocultos en mi mochila. Ese niño oculto que todos llevamos dentro, llamaba a la puerta de mi corazón para abrirse paso. Fue en Jaca donde reapareció aquella historia, para insuflarme ánimo ante una empresa que no sé porque emprendía pero que ahora estaba seguro que cambiaría mi forma de mirar la vida. Convencido estaba que no necesitaría un milagroso encuentro para darme fuerzas como el que pudo tener un peregrino medieval con Santo Domingo de la Calzada cuando construía con sus manos el puente sobre el río Oja, o el que tuvo mi padre con otro santo jacobeo, Elías Valiña que tatuó con pintura amarilla y mucho trabajo un camino que renacía al mundo. Sin querer ya había tenido ese encuentro y no me había dado cuenta,  desde mi nacimiento lo había tenido y no era consciente. Ya tenía mi propio milagro, que me acompañaría durante mi camino, que no era otro que la presencia del peregrino bondadoso, humilde y vivo que era mi padre. Fue en aquella mañana, mientras a lo lejos sonaba el tañido ronco de una campana, cuando brotaron lágrimas que avivaron mis primeros pasos y aligeraron el peso de mi mochila.

José Juan Torres (Lucas)

In memoriam.


viernes

El camino de las estrellas. Programa radiofónico de RNE.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/el-camino-de-las-estrellas/

Mini capítulos radiofónicos en el que Txema Berruete Cilveti  cuentas sus peripecias y anécdotas, así como leyendas, del camino de las estrellas.


miércoles

La foto de un peregrino. Premio mejor fotografía 1000 Caminos 2014

El camino cambia tu forma de mirar, tú forma de ver las cosas, de apreciarlas. El peregrino es como un niño, con una capacidad innata de sorprenderse, de ver cosas ocultas que pasarían desapercibidas para cualquiera. Al caminar tu cuerpo se acompasa al ritmo de tus pasos y el mundo se despliega a tus ojos tal como es, sin máscaras, sin prisas, limpio y puro.

Es por ello que las fotografías de los peregrinos cuentas más de lo que a primera vista se puede apreciar. Cada instantánea está cargada de anécdotas, de un antes y un después, de la dureza del camino, de silencio, de la compañía o de la soledad, de la brisa o de una caricia del sol, del frio o de la lluvia, de piedras y musgo, amaneceres y brumas.

Este año he tenido otra vez el honor de ser galardonado con el primer premio del concurso de fotografía 1000 caminos Martin Codex. Pero he de decir que no es la instantánea de un aficionado a la fotografía, sino la imagen captada por un peregrino.




martes

El Camino en Invierno.

Caminar en invierno es una gozada. Siempre lo comparo, el que haya estado en la universidad lo entenderá, con las clases de mañana y de tarde; las últimas siempre gozaban de un especial encanto, la gente más amable y responsable, compañerismo y humildad abundaban, mientras que por la mañana no eran muy frecuentes estos valores. 

Pues lo mismo pasa con el camino en invierno. Si bien, a Dios gracias, nunca he caminado en verano, no puedo imaginarme peregrinando en tal estación, albergues llenos, prisas, bares abarrotados, falta de amabilidad y de soledad, malas caras, calor, bullicio, jarana, turigrinos…. En cambio en invierno, con los únicos “inconvenientes” de unas condiciones imprevisibles y  algunos bares y albergues cerrados, es un placer andar por un camino cuyo ritmo marcas tú, y no, el tener que llegar antes que nadie. La amabilidad de los vecinos inmejorable, bares solitarios con un servicio único, albergues a tu entera disposición, hospitalidad en cada rincón,  la camaradería entre peregrinos excepcional, la soledad te busca y la amistad la encuentras, y porque no, el frío ahuyenta los malos pensamientos. Nada como pararse en medio del camino, respirar hondo y que el sol de invierno te acaricie el rostro.

Para muestra este reportaje de TVE que os dejo:







viernes

La sonrisa del profeta Daniel.

El camino es sueño y es teatro. Es ficción y realidad. Está formado de entreactos, de giros, de de silencios y aplausos. De vida y de muerte, de luz y de sombra. Comedia y drama, esperpento y clasicismo. Fábula y realidad.

Espectadores eternos como la Vía Láctea o el profeta Daniel con su pétrea sonrisa. Desde la Cruz de Ferro, hasta Santa Maria de Eunate. Puentes, iglesias, montes y ríos. Todos con los ojos bien abiertos, dispuestos a disfrutar de una obra cada día diferente.

Decorados que parecen lienzos pintados por Dios. Y cada amanecer el sol obra el milagro de abrir el telón, de iniciar la función del camino. Es el tramoyista principal y el iluminador de toda la obra. Nos sorprende cada día con un nuevo decorado, con unas bambalinas de colores inverosímiles que azuzan el corazón.

Actor principal, el peregrino. Coreado en escena por compañeros de viaje o de encuentro, unos se convierten en principales, otros en meros secundarios, pero como toda obra de teatro, imprescindibles. Hay otros muchos,  picaros, don juanes, max estrellas, romeos y julietas, yermas, Hamlet varios, fuenteovejunas…todo un elenco de papeles que conforman este teatro, y el de la vida.

Obra eterna con final abierto, la función continua, empieza otro camino.

Y siempre por escribir. El primer paso es la primera palabra.

Entiendo ahora la sonrisa del profeta Daniel,  feliz espectador por lo que acaba de ver.

José Juan Torres (Lucas).-