jueves

ETAPA: PONFERRADA-VILLAFRANCA DEL BIERZO. 23Km.




“El sol nunca es tan bello como el día en que nos ponemos en camino.”


La hora de la verdad había llegado, antes que entrara el sol por las ventanas escarchadas, ya estaba preparándome alumbrado por mi linterna entre ronquidos peregrinos. Ya dicen que al que madruga Dios le ayuda, y así estaba preparando mis pies, con la incertidumbre del bebé que se enfrenta a sus primeros pasos, sin más ayuda que su ilusión. Con el “buen camino” me despedí de los jacobipetas que se desperezaban entre los humeantes cafés solubles, y salí por la puerta a las 8.30, camino de Santiago.


Fue un recorrido salpicado de viñedos que dan el fruto para el excelente vino del Bierzo, y pueblos de piedra y niebla. Durante mi caminar me fui cruzando con un par de malagueños con los que hice buenas migas, y que salieron de León unos días antes. Me los cruzaba, bien en un bar tomando un café, bien parado en un merendero con mis pies al sol y un bocadillo en la mano. Se nota que los del sur necesitamos de un avituallamiento constante en los numerosos bares que florecen por Andalucía, y aquí no iba a ser menos.


Después de un sube y baja constante, duro para mis novatos pies, y emborrachado por el color y olor que desprende esta tierra, llegué antes de lo esperado a Villafranca del Bierzo, donde te recibe la maravillosa Puerta del Perdón, que tiene la encomienda de exonerarte, si la salud no te acompaña, de caminar hasta Compostela. Como gracias a Dios no era mi caso, hice una parada al sol para tostar mis pensamientos y me dirigí al albergue de Jato, el Ave Fénix. Allí me esperaba un recibimiento especial, había un puñado de gente que cantaban y celebraban la finalización de un curso de canalización de la energía universal. Mientras pensaba que me había equivocado me dedicaron una canción al peregrino y me invitaron a un catalogo de productos de la tierra, tipo queso y embutido, acompañado de buen vino. Una vez acabado el concierto-merienda, la hospitalera alemana, enamorada de la cultura mexicana y que esperaba con ansia la llegada de su Pancho Villa particular, me acompañó a la habitación donde podría dormir; y como era el primero elegí la litera más próxima a la calefacción para así poder secar mi ropa y estar templado.


La tarde la dediqué a visitar el pueblo, su calle del agua, su castillo y en un su colegiata me topé con una procesión en honor a la Virgen de la Encina en su centenario que se dirigía a Ponferrada en un particular “papamovil”, después de una visita a Villafranca.
Ya en la cena, que nos ofrecieron los hospitaleros, compartí mantel con un americano de unos 50 años, Dino que defendía muy bien su español, y un irlandés que estaba bastante colorado, bien por la cantidad de vino que se bebió esa noche, o por el sol que le dio por Castilla.


Momento del día: sentir el rocío en tu cara mientras das tus primeros pasos.
Enseñanza del día: a su manera, el camino te ayuda a mitigar tus preocupaciones.