domingo

ETAPA: PORTOMARIN-MELIDE. 40Km.

“Quien no ha visto el camino, al alba, entre dos hileras de árboles, él todo fresco y vivo no sabe qué es la esperanza.”


La jornada amaneció con la niebla reglamentaria y con una temperatura muy baja, el campo estaba tan blanco que hasta de mirarlo se te escarchaban los ojos, de tal forma que salí con un buen café con leche y con la compañía de Dino para acometer el día con fuerza, pues había dos buenos repechos: la subida al Hospital de la Cruz y el alto de Ligonde, cerca del misterioso cruceiro de Lameiros. Como ya era habitual, mi americano se descolgaba en los primeros repechos, y yo ponía mi marcheta dejando atrás un rosario de pintorescas aldeas paradas en el tiempo con la única compañía de las habituales marujas del camino: las vacas. En uno de estos pueblos me encontré a un lugareño, que tras interrogarme y desearme buen camino, me regalo unas cuantas bellotas y almendras y me pidió que le hiciera un favor: ¡¡¡pídale a Santiago de parte de Dionisio¡¡¡ buena gente por estos lares.


A medio camino, y viendo que el estómago le pedía a las piernas una tregua, decidí detenerme en un mesón, antes de Palas de Rei, cerca de un cruce de carretera y pedirme un menú del día para mitigar los llantos del estomago. En esto que estaba con el segundo plato, un suculento pescado al horno cuando vi pasar a mis compañeros de camino, Alberto y Dino, así que tras hacerle señales se unieron a mí y compartimos el resto de comida que me quedaba y unos cafés.
Sin esperar a que la digestión empezara a empanarnos, nos pusimos en camino, pues no es conveniente detenerse mucho tras comer. Así que juntos hicimos unos veinte kilómetros, mitigados por un trayecto adornado por bonitos paisajes y una buena conversación. Como nos vimos fuertes decidimos caminar hasta Melide, y nuestro trabajo nos costó, pues anochecía y nos empezábamos a desesperar pues con la oscuridad no se ven las señales, así que apretamos el paso y cruzamos el puente de Furelos y Sarria en plena noche. Para colmo de males, el albergue esta bien incrustado en el pueblo y costó su trabajo encontrarlo entre tanta pulpería.


Como otra vez el hambre llamaba a la puerta, Dino y yo decidimos cenar juntos, mientras Alberto se quedaba cenando en el albergue con unos nuevos peregrinos. Nos perdimos en la noche, pero al final pudimos degustar los platos de la tierra en un mesón. Una vez tomada nuestra dosis de orujos para agilizar la digestión, nos encaminamos en la noche helada hacia el albergue para descansar de tan agotadora jornada de 40 kilómetros.


Momento del día: explicar a Dino que son los membrillos.
Enseñanza del día: con cada paso que das, se te purifica el alma.