miércoles

ETAPA: VILLAFRANCA DEL BIERZO-O´CEBREIRO. 30Km.

“Peregrino ¿a dónde vas?, si no sabes a dónde ir.
Peregrino por un camino que va a morir.
Si el desierto es un arenal, el desierto de tu vivir, ¿quién te guía y te acompaña en tu soledad?
SÓLO ÉL, MI DIOS,
QUE ME DIO LA LIBERTAD,
SÓLO ÉL, MI DIOS, ME GUIARÁ”


Como era de prever el día despuntó cubierto, amenazando a todos los que estábamos desayunando con mojar nuestros pensamientos. En el ambiente se percibía el respeto que desde siglos atrás el monte o’cebreiro a provocado a los peregrinos. Buen camino y al tajo, dije y marché solo, aferrado a mi bordón como si él me fuera a salvar del agua que estaba ya cayendo.
En un principio el camino discurre paralelo al arcén de la antigua nacional VI, y en el fragor de la marea estaba cuando por fin divisé un bar de carretera en A portela, donde me encontré a los malagueños del barrio de la luz, bien calados pero con el hambre intacta. Así que compartimos un reconstituyente desayuno.

Una vez acabado el arcén la ruta jacobea se introduce en veredas de tierra, y es a partir de Herrerías donde empieza la verdadera subida; pues a poner plato pequeño en mis rodillas y adelante que queda un duro trayecto. Durante el ascenso me acompañó un intenso aguacero, gran cantidad de barro y hojas que convertían el camino en una pista de patinaje, menos mal que estaba mi bordón que había dejado de estorbar para ser de gran utilidad. Reconozco que fue bastante duro, de hecho me uní a unos peregrinos ingleses con la intención de que la unión hace la fuerza, y poder orientarnos en este caos de agua y hojas. Las cuestas en que se había convertido el camino parecían cataratas, y trepando por ellas rajé mi chubasquero por la entrepierna. Además, a mi compañía británica los perdí en A faba, pues querían descansar de tanta agua ¡como si en Londres no lloviera¡ así que no tuve mas remedio que coger mi mochila por los cuernos y pisar fuerte para no resbalar.

Que podía pasar mas¡¡¡pues que empeorara el tiempo…y Dios hizo la nieve¡¡¡ Para entonces había dejado de maravillarme por el paisaje para solo preocuparme por mi persona. Joder, yo sólo quería encontrar las flechas amarillas para no perderme, y para mi desgracia no aparecían ¿Dónde se meten cuando mas las necesitas? Cada vez que pensaba retroceder para buscar la senda correcta, allí aparecía una, como diciéndome: es que no me ves, aquí estoy. Y para mas INRI no había gente a la que preguntar, como no fuera a las vacas¡¡¡ Nevaba inversamente proporcional a la velocidad que caminaba. En estas labores me encontraba cuando por fin distinguí a lo lejos unas casas entre la ventisca. Sin embargo no era mi destino, pero alcancé a un lugareño, y me abalancé sobre el cual naufrago para preguntarle cuanto me quedaba, y él con tranquilidad y acento gallego me dijo: un cuarto de hora¡¡¡ Un cuarto de hora…pues….tardé una hora¡¡¡ Que rápidos son aquí no?, serán que tienen pócimas secretas?

Alabado sea...ya estaba en O`cebreiro, pero quedaba otra: dar con el albergue en este pueblo nevado hasta las trancas. A Dios gracias di con el y cuando entré por la puerta con la cara congelada y manos entumecidas la simpática hospitalera tuvo a bien desatarme el nudo de mi chubasquero pues parecía Eduardo Manostijeras, y me preguntó: ¿pero tantos pecados has cometido para hacer esta locura?
Una vez estabilizado y recuperada mi temperatura natural, mientras calentaba mis manos en el radiador, conocí a José de Madrid y Alberto de Chile, y ya que era las 6 de la tarde y aun no había comido me dirigí con el primero a un bar para dilapidar lo que cayera. Desde la puerta con cristales veíamos pasar a peregrinos cubietos de nieve que buscaban desesperadamente el albergue, y nos asomábamos para avisarles. En una de estas pasaron los malagueños y les hice señas para que entraran, estaban tan helados y cansados que decidieron quedarse en el bar para dormir, no podían ni llegar al albergue que estaba a 200 metros. Y allí nos quedamos, el madrileño, dos malagueños, un catalán y el americano, empalmando la comida, la merienda y la cena, acompañados de vino turbio y orujos y con nuestros pies secándose al fuego. Luego a las once de la noche y caminando contentos por la nieve llegamos al albergue que estaba cerrado… pero tuvieron piedad de nuestras almas y nos permitieron entrar.


Momento del día: el estar sentado en una mesa del bar, rodeado de buena gente.
Enseñanza del día: las ganas por llegar te permite sacar fuerzas donde no las hay.


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